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Historias de la gata Txispi

Katuetxe Hernani

No soy ninguna experta, ni siquiera conocedora de la conducta animal. Pero quiero contaros la historia de Txispi y su evolución, tal vez sirva a otras personas.

Llevo con algún gato en casa desde hace más de veinte años, y los amantes de los gatos sabemos que se estresan con facilidad y tienen un puntito pelín “esquizofrénico”; en especial, y ésto es una opinión mía personal, las hembras. Tal vez, su instinto de protección y crianza de la prole les hace estar más alerta o en tensión.

Empecemos por el principio, Txispi llegó a mi casa, de acogida, con aproximadamente un mes, ahora tiene algo más de tres años. Desde el principio llamaba la atención que allí donde la dejaba cuando me iba a trabajar, allí se quedaba. Y eso que sólo estaba en una habitación cerrada y segura. Al principio pensé que se escondía cuando me oía llegar pero pronto me di cuenta que ni siquiera salía de su refugio, pues la comida estaba intacta. Sin embargo, cuando la cogía en brazos ronroneaba y no parecía tener miedo de mí.

A veces, venía algún posible adoptante a verla pero o bien se escondía y no era posible verla o daba zarpazos a diestro y siniestro al recién llegado con lo que no había manera de que encontrara su lugar. Así que me quedé con ella.

Poco a poco le fui dejando la puerta abierta de la habitación para que fuera explorando el territorio, pero aún y así, tardó meses en venir a recibirme cuando llegaba de la calle. Siempre pensé que era una gata desapegada y poco cariñosa.

Le dedicaba ratos de juego con una pelota que le encanta y se comportaba como un perrillo, me la traía. Así empezó a coger confianza en el territorio y empezó a moverse por la casa, pero lo que no sabía era que sólo lo hacía cuando estaba yo.

En aquella época, alguna vez llegaron más gatos de acogida con los que tuvo la mala suerte de no tener buenas experiencias y no por falta de cuidado, pues cumplimos rigurosamente el protocolo de tenerlos separados, de un acercamiento progresivo, etc… Pero bien por el carácter de ella o de los recién llegados (adultos) se llevó varios sustos que fueron haciendo de Txispi una gata más miedosa.

Quiero aclarar que nunca dormía conmigo, ni venía detrás a ver qué estaba haciendo. Yo la veía que no tenía la curiosidad típica de los gatos, no era tragona (le he cambiado de comida en múltiples ocasiones porque a veces se quedaba en los huesos), ni juguetona, etc… La llevaba al veterinario y no le encontraba nada. Así que siempre pensé que era su carácter y la respetaba. A veces me acercaba a ella para acariciarla y lo permitía pero rara vez ronroneaba. Y la mayoría de las veces la que acaba marcada era yo por sus mordiscos.

Una mañana de finales del año pasado, muy temprano, me despertaron los maullidos y bufidos de mi gata por toda la casa, estaba teniendo un ataque de pánico. Tenía la cara desencajada y estaba aterrorizada. Intenté tranquilizarla y más o menos lo conseguí pero ya me saltaron todas las alarmas. Lo consulté con un veterinario y lo achacó a que se habría asustado por algo, tal vez el viento, etc… Me indicó que no la estimulara en exceso (con juegos, caricias) para que no se excitara. Le hice caso y parecía que la cosa había vuelto a la “normalidad”.

A primeros de marzo pasé un par de días fuera, la gata se quedó en casa pero bien atendida. Al volver había adelgazado, casi no había comido y tenía como una especie de tic nervioso, además de lamerse constantemente y no dejar que la acariciara. Tuve miedo de que volviera a tener otro ataque de pánico pero… Llegó el confinamiento y todo se paralizó.

Como bien sabéis, tuvimos que quedarnos en casa y he de decir que me ha servido un montón para entender lo que a la gata le estaba pasando. Me di cuenta de que estábamos confinadas sí, pero ella sólo en una habitación de la casa, en la sala concretamente. No salía de ahí, para ir a comer o al arenero iba corriendo y ni siquiera se paraba a enterrar sus cosas. Le tiraba la pelota para jugar con ella y no se movía.

Cuando me iba a la cama, notaba que se ponía nerviosa e intentaba que no me fuera. Descubrí que sufría ansiedad por separación. Llamé a un etólogo y me dijo que habría que medicarla, le dije que me diera un tiempo. Me propuse que ya que estábamos encerradas mi tarea iba a ser que cogiera confianza y un apego seguro, no tenía ni idea de cómo hacerlo pero lo tenía que intentar.

Le cambié la comida a la sala, le daba (y le sigo dando) pienso y comida húmeda. Fue recuperando peso. Jugábamos con la pelota primero en la sala, después se la empecé a tirar al pasillo, al principio no salía después sí. Empezó a salir por la casa pero la cocina y mi habitación no la pisaba, son los sitios en donde se llevó sustos con los otros gatos y que además están pegando a otras casas con lo que se oyen más ruidos.

Todos los días la cogía en brazos, varias veces, y nos dábamos una vuelta por toda la casa mientras la acariciaba y le hablaba. Le he hablado mucho más de lo habitual, incluso aunque no estuviera cerca de mí. Al principio, cuando llegaba a la cocina o a mi habitación se ponía nerviosa y pataleaba, poco a poco dejó de hacerlo.

A finales de abril, ya corría y saltaba por toda la casa, recuperó peso y se le tranquilizó la mirada. Un poco más adelante, empezó a dormir conmigo. Y ¡a ronronear!

Tenía miedo de que al terminar el confinamiento y yo empezara a hacer una vida normal, tuviera una vuelta atrás. Pero todo sigue perfecto. Duerme relajada, juega, se mueve por todos los sitios, come y caza moscas como una leona. Y lo que es más importante, lo sigue haciendo aunque yo no esté.

Sigo hablándola mucho, insistiendo en el juego, respetando sus espacios cuando ella no quiere saber nada de mí y no dejo de observarla para detectar cualquier cambio. Sé que siempre va a ser una gata más sensible a los cambios, a los ruidos, etc… que las demás, pero también creo que con respeto, observación, juego y cariño se puede conseguir crear un apego seguro en donde ella se pueda relajar y vivir feliz.

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