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"El sastre" y Barrabas

Katuetxe Hernani

—Ya viene Vicente —dice “simadre”, mi humana de tres patas. —Vicenteee tráeme un poco de agua que tengo la boca reseca.

—Si madre, ahora voy —contesta mi humano favorito.

Vicente es un gran tipo, bueno muy grande no es, hay humanos que abultan mucho más, pero estoy contento con él. Siempre me pregunto cómo puede ver y oler con esos dos redondeles marrones y esa cosa tan pequeña en medio de la cara. Lo que sí tiene grandes son las orejas pero no parece que le sirvan de mucho, hay ruidos que a mí, me parecen un estruendo y él ni se entera.

Cuando era pequeño me perdí y refugiándome de la lluvia entré en su taller, me asustó mucho verlo allí. Llevaba una cinta amarilla colgando de los hombros y el sitio era un poco extraño, nunca había visto nada igual, había muchas telas, tizas de colores, papeles, unas cosas que pinchaban, muy finitas, después me enteré que eran alfileres, unas tijeras grandes que daban miedo… Pero el humano, me habló despacito y me puso comida y yo que estaba hambriento no pude negarme. Después ronronee un poco y me froté contra él, así conseguí que me dejara pasar la noche. En tres días me presentó a “simadre” que vive arriba y allí me quedé. Ahora, muchas veces voy con él al taller, y me distraigo viendo a otros humanos; unos, entran a que les ponga la cinta amarilla alrededor del cuerpo; otros, a medio desnudarse y ponerse unos trapos llenos de alfileres y los demás, a llevarse ropa.

—¡Vicente, ayúdame que tengo que ir al baño!

—Si madre ya la ayudo

Siempre hace lo que dice “simadre” sin rechistar, no lo entiendo, si al menos le diera de comer y le rascara la barriga… A veces me enfado por cómo le trata y le rompo las medias o le muerdo los pies, aunque luego salgo raudo y veloz porque levanta una de sus patas, la más tiesa, en el aire, y me la quiere lanzar.

Mi humano a veces habla conmigo y me cuenta que está cansado, que una vez tuvo una novia a la que quiso mucho pero que “simadre” no dejó que se casara con ella y no tuvo valor para irse de allí. Que la novia lo dejó y que en el pueblo tan pequeño en el que vivimos, es difícil conocer a alguien y más a sus cincuenta y cuatro años. ¡Buf! Ahí no le quise replicar, esa edad es una barbaridad, nosotros con dieciséis ya somos viejos. Me dediqué a lamerme la patita y a hacerme el sueco.

Lo bueno que tenemos Vicente y yo es que compartimos aficiones umm… las cortinas, esa es una de ellas. El las mira, las toca, las mide, incluso hasta las huele como yo, pero, no sé porque, no se sube y se cuelga de ellas, se pierde lo más divertido. Aunque chilla como un cochino cuando lo hago, “Barrabaaaasss baja o te arreo”, quizás sea su forma de divertirse, al principio me asustaba un poco, pero ahora que ya me he acostumbrado, me cuelgo más alto para que él también disfrute.

Otra de las aficiones que compartimos son los zapatos, tiene una habitación llena, de distintas formas, colores, tamaños, etc. Se pasa las horas allí metido, los limpia, los ordena, unas veces por colores, otras por estilos. Es maravilloso. Cuando era pequeño me gustaba meterme dentro de alguno de ellos, ahora ya no quepo pero los huelo, muerdo, los cambio de sitio, ¡una locura! que a él también le vuelve loco, porque vuelve a chillar “Barrabássss sal del cuarto de los zapatos”, y viene corriendo a perseguirme, lo pasamos genial.

También compartimos otra afición y es ese gorro de pelo marrón que se pone en la cabeza. Yo creo que será para el frío, aunque en verano también lo usa. Solo se lo quita para dormir. Y no hace más que tocárselo sin parar, una y otra vez, una y otra vez, yo creo que es para llamar mi atención lo que hace que me lance a por él y se lo quite de un zarpazo. Lo pasamos divino sale corriendo detrás de mi gritando “Barrabassss te matoooo, trae el peluquín”. Por la noche, cuando se acuesta sin el gorro, me da pena porque puede pasar frío así que me coloco allí, en ese lugar, mientras le lamo la cabeza para limpiarle y darle calor.

—Vicenteeee, ¿estás dormido?, levántate y traéme el orinal

—Si madre, ahora se lo llevo

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